Dejar para después
Todos los domingos adopte una
rutina. Me despertaba temprano, iba a comprar churros, preparaba unas tostadas
con tomate y jamón, me comía los churros con chocolate. A las 11 de la mañana salía
hacia la catedral, escuchaba misa, cuando el servicio acababa, deambulaba por
la catedral, después caminaba hacia el Bar Citroën en el Parque de María Luisa
y me tomaba una cerveza mientras leía o veía a la gente pasar. Afuera del Bar
se ponían todos los domingos unos vendedores de artesanías. Lo típico de los
hippies del mundo, pulseras, piedras, joyería de alambre. Pero había un pintor
de acuarelas. Era la excepción. La joya de la corona. Sus pinturas eran de
trazos sencillos pero llenas de color, escenas muy andaluzas, paisajes de
Sevilla. La Plaza de España, el Puente de Triana, la Torre del Oro, los
escenarios se repetían, pero desde distintos ángulos, con diferente luz. Tenia
entre sus obras marcapáginas. Costaban 2 €, o 3 por 5€.
Cuando lo descubrí aproveche la oferta,
compre los 3 separadores. Y cada domingo asistía puntual a ver su obra. No
quise comprar nada más porque esperaba que cuando mi novia llegara podría llevarla
a escoger lo que ella quisiera. Pero el primer domingo que ella estuvo en
Sevilla, el puesto no estaba. Y nunca lo volvimos a ver mientras estuvimos allí.
Me arrepentí tanto de no haber comprado más separadores o algún cuadro.
Fui dejando las cosas para después,
fui intentando que fuera una sorpresa. Y lo perdí. Perdí la oportunidad de tener
otra obra de arte. Al final todo quedo en una foto, los tres separadores, y un
amargo sabor de boca.
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