Magia en Triana
Hoy se celebró en Triana la fiesta de la Virgen del Carmen, (la vez pasada que estuve me tocó verla en Málaga). La Virgen sale en procesión por el Canal de Alfonso XIII y en su estampa mas emotiva, una barcaza plana cruza por debajo el puente de Triana y sigue su recorrido del canal de ida y vuelta. Es un suceso mayor en Sevilla, se celebra en una época en la que la ciudad esta llena de turistas y no hay tantos sevillanos pues se han ido de vacaciones. Sin embargo, mientras hacia mi recorrido hacia el puente de Isabel II, note que todo mundo se dirigía al mismo sitio.
Debo decir que el suceso tardo lo suyo, estaba anunciado para las 7:30 pero la virgen no inicio su recorrido hasta las 8:30, y aunque en México esas horas ya no significan sufrimiento bajo el sol, en Sevilla significa estar a 38° C con el sol de frente.
Vi que todo mundo se situó en la orilla norte del puente y busqué mi lugar para ver el espectáculo. Tienen encanto ese amor de los españoles (y de los mexicanos por herencia) por las procesiones. Pero la observación de la procesión mas que un acto serio parece un show para turistas, donde lo importante es tomar la foto aun para los mismos españoles, no digamos entonces la actitud de los turistas (no se diga la borrachera de los ingleses). Y no es una queja dada por mi “profunda religiosidad” católica. Es mas un tema de respeto, por ejemplo, había varios árabes que se burlaban y aventaban cosas al rio. (Las mujeres portando burkas como símbolo visible de su idiosincrasia/fe, somos capaces de exigir tolerancia y no de darla). Pero bueno las cosas son así.
Pero la magia a la que me quiero referir aquí se dio en medio del puente, a la vista de todos y que pasó desapercibida.
Mientras todos esperábamos el inicio del recorrido de la virgen por el canal y que pasara bajo el puente, un hombre mayor se instaló detrás de mí en la orilla sur del puente. Puso dos banquillos de tela encontrados de frente, puso un cestillo pequeño (como del tamaño de un tortillero) en uno de los bancos, se sentó en el otro con un acordeón y comenzó a tocar “La Vie en Rose”. No era que su interpretación fuera magistral o que el sonido te arrobara. Pero había magia ahí, no fui el único en verlo, mientras casi todos miraban la parte norte del rio, unas 3 o 4 personas volteamos a escuchar a aquel hombre.
Le tome la foto, obvio, (intentaba retener un pedacito de magia no solo en la mente, si no también en bytes), y escuche completa la única canción que tocaba y que repetía una y otra vez.
Mientras el seguía tocando, la gente pasaba frente a el sin inmutarse, sin voltear a verlo siquiera, inmune a la magia del momento y a la postal fácil y memorable. Corriendo a no sé dónde, pero sin voltear a ver a los lados, con la percepción atrofiada y dejando la magia de lado. Como caballos en un carril.
Comentarios
Publicar un comentario