Tierra de Temporal

Desde hace días, traigo en la cabeza escribir este post, le he dado vueltas y vueltas. Primero nació por esta imagen:

vagabundo

Es la imagen que le tome a un grupo de vagabundo en la playa, que entre otras cosas se dedican a crear esculturas en la arena; ese día, iba yo paseando por la playa como acostumbro hacer todos los días mientras iba fumándome un cigarro, entonces el hombre, llamo mi atención y me pidió uno, nada me costaba darle un cigarro, así que le ofrecí la cajetilla y tomo uno, pensando que tal vez lo compartiría le acerca a sus compañeros la cajetilla para que cada quien tomara uno.  Después seguí caminando, no me quede a gusto, la verdad que era un día un poco frio, y después de tomar un cigarro para mi, regrese me quede durante un momento observándolos, y tome esta foto, me acerque al hombre que aparece en ella y en un muy malísimo casi ininteligible italiano, le regale la cajetilla, me di la media vuelta y me alejé, sin embargo el no lo dejo pasar y hablándole a sus compañeros les dijo de la cajetilla y entre deseos de buena suerte me agradecieron. Ahora cada vez que los veo en la playa, me saludan y conversamos un poco.  (Y no, no escribí esto para hablarles de mi bondad).

Desde entonces, he traído rondando en la cabeza esta imagen, y me ha dado que pensar.

El detonante fue una película, la cual, hace menos de cinco minutos comencé a ver, llamada “El violín”. Es una película mexicana del 2006, la cual he pausado a los 10:36 min, y me he puesto a escribir esto.

A alguien que amo, le dije, que espero cambiar al mundo por que mis hijos merecen un mundo mejor que el de su padre, y sin embargo también me gustaría que crecieran como yo lo hice, amando aquello que me hace luchar tanto, el campo mexicano.

Y es que, de alguna manera, estar aquí hace que olvide mis razones de luchar, no se trata de probar mi genio, ese es indiscutible, sino de ayudar a aquellos que formaron mi vida. Yo crecí buena parte de mi infancia entre el campo y la ciudad, entre los campesinos, y la tierra, entre perros sarnosos y gallinas, aprendí a jugar entre la tierra, a querer a esa gente buena que es el campesino mexicano, a sufrir sus miserias, y a intentar resolverlas como mi padre siempre se ha empeñado en hacerlo.

Y no se trata solamente de un grupo, de la gente de las comunidades que a mi me formaron, si no del campo en general.

México es un país inmenso, hermoso, al cual yo adoro, pero cuya población vive sumida en una miseria imposible de creer, la cual aguanta estoicamente. Aquí, en España, me ha sorprendido la crisis, sin embargo, esta gente no me genera empatía, se que la miseria es algo universal, y que resolverla en un solo nivel repercute en los siguientes, y sin embargo no siento la necesidad de ayudar a la gente aquí. Mi misión, mis objetivos están en México, y creo que lo había olvidado. En estas aulas de clase, entre tantas mujeres hermosas, y playas, y vinos, y cosas, había olvidado que vengo aquí por una sola razón.

Mi país se precia de su multiculturalidad de su herencia, sus tradiciones y costumbres, pero olvida que ellas vienen del sector rural, emanan de el y de la necesidad de ayuda que siempre ha existido allí. Todo aquello que es bello y mexicano, emana del campo, sus sabores, colores, tradiciones, surgen de esa tierra que las ciudades tanto desprecian, de los indígenas cuyo saber perdemos, y a los cuales cada día nos empeñamos mas y mas en destruirlos, aislarlos, volver de su identidad una vergüenza, en lugar de volverlos embajadores de la tierra.

El mundo en general se encamina a la destrucción del pobre, del sencillo.

Y en México pasa igual, durante 500 años y mas marcadamente durante los últimos 50, el gobierno, la sociedad o yo que sé, a seguido la tendencia de asilar al campesino, marginarlo, esperar que se consuma el y su forma de vida, tan desagradable para algunos, tan formadora para otros, se busca la desaparición de un sector de la población que mantiene viva no solo la esencia de la tierra del maíz y del mezcal, sino su cultura, su identidad. Se envía la miseria empaquetada y lista para destruir su forma de vida.

No quiero mas un México donde las marchantas ancianas se sienten a malvender el fruto de su tierra, donde ancianos se dediquen  a mendigar, por que todo lo han perdido, hasta sus tierras, y no les quedan fuerzas para nada mas, donde se mira al hombre que nos alimenta hacia abajo y se le desprecia por hacerlo, por su falta de cultura, por que no vive en la ciudad;  no quiero mas un campo abandonado, desertizado, y en la miseria, que no da ya ni para malcomer, no quiero mas mujeres y viejos abandonados a su suerte, ni mas jóvenes muriendo de hambre en la ciudad.

Pero, ¿es que realmente nadie nota lo que perdemos?, el campesinado es y siempre será la fuerza mas transformadora de México, socialmente y ecológicamente.

No podemos permitir que esto suceda, cuando se tiene que actuar contra la mezquindad humana, y combatirla con ese poder silencioso que ha hecho al campo, lo que es.

Por que ese campo tiene su magia, su encanto.

Y ahí es donde me doy cuenta que le debo algo a esa gente que me enseño el sabor del maíz, de los frejoles, de la leche bronca, la que con su miseria y solidaridad forjaron lo que hoy soy, esa gente que siempre me hacia lugar en su mesa, y ofrecían la comida mas deliciosa del mundo, esa gente que no se cansa de ayudar y que soporta día a día el sol inclemente, la dureza de la tierra bajo sus pies.

Cuando se ha visto ese México completo, de arriba abajo, y se conoce y se trabaja con ese pueblo, con los indígenas, cuando te consta que el campo mexicano se riega con sudor y sangre, cuando se ha visto a la gente morir de hambre y de frio, y todo lo que ves no hace sino armarte de coraje, de amor por esa gente, y cuando la impotencia hace hervir la sangre, y subir las lagrimas. Cuando no hay nadie mas que luche por ellos.

Por eso soy Agroecólogo, por que amo el olor de la tierra mojada, el polvo en las botas, el olor a campo, el sudor en la cara. Por esa gente es que adoro ponerme un sombrero, usar navaja, y salir a devolverles algo de todo eso que ellos me han dado. Y se que con mi talento, por muy grande que sea no basta, se que necesito la ayuda de ese Universo que tanto se empeña en no ayudarlos.

Por que quiero el México bueno de Pedro Infante en “Los Tres García”, ese que esta reflejado en los cuadros de José María Velasco, o la “Suave Patria” de López Velarde, ese México que se escucha en “Tierra de Temporal” de Mocayo…

 

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